“Porque hay cosas que simplemente no se pueden reparar” fue la última frase que escuché antes de retirarme de la funeraria. Me indigné y me retire de ese refugio de paz, pero no sería el ambiente en donde tomaría la decisión que me definiría como persona de aquí en adelante. Decidí caminar a casa, aunque ya estaba demasiado lejos como para cualquier persona juiciosa, pero eso no tenía relevancia para mi, así que preferí por seguir derecho por la avenida central del pueblo hasta llegar a algún terminal de buses acompañado solamente del sonido de mis pasos, como si ese sonido fuese el metrónomo de mi futuro próximo y el ritmo de mis pensamientos actuales. El camino al frente mío se difumino con mi caminar y lo que en un principio era una ruta a casa se convirtió lentamente en una ruta en búsqueda de respuestas, por lo que comencé a pensar en mis compañeros de caminata y cómo cada uno de ellos ya no estaba conmigo, fuese por decisión propia o por decisión del destino y como siempre tardíamente me daba cuenta de su ausencia, por lo que mi única pregunta que albergaba mi cabeza era ¿por qué ahora ellos caminan sin mí, si yo fui quien les enseñó a caminar?, pero de algún modo un pedazo de mi inconsciente me respondía ¿acaso ellos no te enseñaron nada o tú no quisiste aprender de ellos?, fue ahí donde donde el silencio de la calle inundó mis oídos y mis ideas.
No sé cuántos metros o kilómetros he caminado sin ver rumbo frente a mí y estar en este escenario solo estresa mi corazón ya en extremo agotado a estas alturas del partido, ningún descanso por falta de conclusiones, ese era el diagnostico de esa caminata nocturna a la cual me negaba a darle fin, pero mi cuerpo ya no tenía más fuerza para dar ningún paso mas. La caminata había sido truncada por si misma, ninguna meta existente podía ser alcanzada, lo único que quedaba era parchar lo que quedó de dignidad y asumir la realidad, la carrera ya no tenía razón de existir, así que simplemente me senté y esperé, simplemente esperé a que todo se compusiera por si solo, una decisión idiota, pero era mi decisión.
Se hizo de mañana y no había llegado ni siquiera a estar cerca del terminal de buses, por lo que me levante del piso que fue mi compañía de turno y me acerque a una parada pero sin intenciones de detener algún bus, sino más bien para verlos pasar, lo cual irónicamente le dio sentido a toda esta amarga travesía. El ver pasar cada bus, cada uno con sus propias formas, me hizo entender que al igual que las personas, cada uno de estos buses nos acompañan a su manera, unos ciertamente no merecen estar en circulación, pero eso es algo de lo que no me puedo hacer cargo, uno aprende recorridos como uno aprende de las personas y que también se aprende que no todos los recorridos llegan a casa.
Esa obvia y tonta respuesta hacía que mi corazón volviese a latir, pero ya había perdido mucho en el camino, mis zapatos ya no estaban, al igual que mis pertenencias, todo había desaparecido en esa noche de enigmas. Con esa realidad frente a mi nariz, la poca energía que me quedaba comenzaba a desaparecer hasta que alguien detuvo tal suceso con un sonido de claxon, era el hombre de la funeraria llamando desde su auto y diciendo “Compré zapatillas y café, ¿qué tal si lo intentas de nuevo?”
Casos de Vida por Raúl “El Búho” Muñoz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.